Reflexiones desde el Museo Marmottan Monet, una muestra viva de filantropía

El pasado mes de febrero en este medio, bajo el título ‘Un chifonier de la memoria contra la amnesia del terror’, tuve la oportunidad de presentar en forma de crónica la venturosa experiencia que significó para mí la visita al Museo Nacional de Artes Asiáticas Guimet, en París, y el reconocimiento de su aporte de alcance universal que nos permite acceder a las civilizaciones resultantes de la presencia de Alejandro Magno en el corazón de Asia y descubrir las manifestaciones de sincretismo entre la cultura de la Grecia clásica y el budismo.

Finalizando ese informe especial, hice un reconocimiento a Émilie Guimet, ese empresario, artista, educador y filántropo que nos legara el extraordinario patrimonio cultural familiar como aporte al conocimiento del arte universal. La familia Guimet impulsó la industria del aluminio, y sus descendientes fueron conocidos como precursores en la obtención artificial del color azul marino o azul Guimet con múltiples aplicaciones en las artes y en la manufactura.

Recientemente, tuve la suerte de visitar el Museo Marmottan Monet, formado como un conjunto patrimonial de Jules Marmottan, presidente y fundador de la Compañía de Minas de Bruay en el Paso de Calais, un consolidado emporio carbonífero que cedería a su hijo Paul, historiador, coleccionista y líder empresarial, quien donó la hermosa mansión familiar y todas las colecciones de obras de arte, muebles e iluminación a la Academia de Bellas Artes, facilitando el proyecto público-privado para el Museo Marmottan Monet, establecimiento público que luego recibiera importantes legados y donaciones que integran un extraordinario patrimonio cultural

En 1940 el museo recibió la donación de pinturas que Victorina Donop de Monchy, la colección acumulada por su padre, Georges de Bellio, amigo y médico de los impresionistas, una extraordinaria manifestación filantrópica que fue la base para la generación de la identidad del museo, caracterizado desde entonces como uno de los tesoros impresionistas de París, al lado del Museo de Orsay y del Museo de la Orangerie.
Al lado de la obra cumbre, Impresión, sol de amanecer, de Monet, el cuadro que daría su nombre al grupo de los impresionistas, están las obras de Renoir, Pisarro, Sisley y la incomparable Berta Morisot.

Las expresiones filantrópicas continuarían en 1966 por cuenta del hijo del propio Monet, Michel, que entregó al museo la más grande agrupación de obras de su padre en el mundo. Los paisajes fruto de los viajes del maestro entre los 1880 y los 1890, testimonio del amor del artista por los nenúfares y otras flores que motivaron su pasión en su jardín de Giverny y se convirtieron casi en el único objeto pictórico de su obra tardía.

“Los verdaderos filántropos toman distancia con las posturas utilitaristas de una solidaridad mal entendida o deliberadamente manipulada"

Mientras recorría todos los interiores de la villa de los Marmottan me preguntaba, una y otra vez, cómo los dirigentes del sector empresarial no hemos sido consistentes en la persuasión hacia los empresarios para la aportación de cuotas de sus patrimonios a la cultura y por qué nuestra sociedad ha sido indolente ante la generalización de denuestos contra los empresarios, permitiendo tan solo el señalamiento de los indeseables que existen en todo grupo social, favoreciendo la mácula sobre toda la comunidad empresarial y omitiendo el reconocimiento de aquellos sin los cuales la oportunidad desaparece para todos, como si ellos no fueran parte de la nación y de nuestro propio pueblo.

Dentro de la visita al Museo Marmottan Monet, las pinturas que causaron mayor impresión y dejaron honda huella en mi corazón fueron las de Berta Morisot. Otra vez el gesto filantrópico no pidió permiso a nadie para practicar la generosidad en favor de todos. Los descendientes de la que se considera primera mujer impresionista facilitaron la adquisición por el museo de buena parte de la obra de esta genial creadora que merece un lugar de primer orden en la memoria artística universal: un conjunto de 25 lienzos y unas cincuenta acuarelas, dibujos e impresos de esta pionera inigualable que dedicó gran parte de su esfuerzo magistral a pintar mujeres jóvenes, adolescentes, acudiendo a modelos profesionales, mas también a sus propias familiares que amaron su tarea colaborativa. Sus paisajes y retratos tienen un sentido muy particular que le mereció la amistad y conexión con artistas extraordinarios como Renoir, Manet, Monet y Mallarmé.

Estando apenas a doscientos cincuenta metros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), pude conocer algunos trabajos de su biblioteca sobre el valor económico de la filantropía. El debate sobre el rol de los filántropos y de las fundaciones filantrópicas es extenso tanto en el plano político como en las variaciones sociológicas y éticas sobre él. Me causaron impresión las magnitudes de las donaciones de corporaciones y multimillonarios en el ciclo pospandémico y los trabajos que históricamente intentan interpretaciones nuevas que apartan la discusión de las viejas rebatiñas entre el estructuralismo ochentero y el voluntarismo asistencialista. También encontré aproximaciones que intentan estructurar nuevas categorías.

Desde 2003 hasta hoy, los análisis hacen apreciaciones sobre cifras de alto significado, promueven conceptos más allá de la responsabilidad social corporativa y perfilan un ideario que no deja duda sobre un reformismo endógeno en torno a la órbita del capital, las cuales van desde la promoción de inversiones impostergables con tasas de retorno negativas, pasando por la creación de corporaciones totalmente comprometidas con la superación de la crisis climática, hasta el auspicio de múltiples negocios socialmente inclusivos para llegar al filantrocapitalismo como modelo de acción social, según la tesis de Juan José Mediavilla Merino divulgada en la Universidad de Salamanca, la cual destaca el papel de los partenariados público-privados (PPP), dentro de los cuales se reparten riesgos y beneficios. Como lo dice el autor de la tesis, la filantropía se transforma no solo en una nueva herramienta para el desarrollo, sino también en un prisma analítico.

Desde mi punto de vista, tal como lo consigné en mi libro Ádeiocracia (2020), estamos asistiendo a un ciclo de síntesis en la dinámica público-privada. Desde los aportes individuales o familiares en forma de dinero o bienes, legados patrimoniales o herencias, hasta las fundaciones filantrópicas, se reconoce hoy la contribución de la filantropía a la tarea del desarrollo y al logro de los ODS. Colombia muestra un conjunto de proyectos cristalizados y realizaciones filantrópicas que constituye una base para la potenciación de una estrategia que, de contera, debe ser un vector alejado de la propaganda pero intenso y eficaz en la esfera cultural, para advertir que somos indivisibles y podemos encontrarnos en nuestra geografía social sin clasismos y plenos de fraternidad.

Esta semana, con ocasión de una visita literaria a Cúcuta tuve la oportunidad de manifestarme: “Desde luego, mal haría la filantropía en pretender sustituir los cambios estructurales en sociedades cuya desigualdad es tal que reproduce y profundiza los abismos en el acceso a los factores determinantes del bienestar tanto material como espiritual. Los verdaderos filántropos toman distancia con las posturas utilitaristas de una solidaridad mal entendida o deliberadamente manipulada.

“Colombia ha reconocido el gran compromiso filantrópico del Maestro Fernando Botero, quien ha entregado gran parte de su obra a nuestro pueblo”.

También la filantropía auténtica sabe aislar las manipulaciones de los radicalismos ideológicos que descalifican todo aporte social voluntario ubicándolo en la esfera del asistencialismo pese a que los hechos y las cifras los desmienten por cuanto la virtud no necesita del soporte de ningún armazón político como tampoco refugiarse en recodo alguno del espectro partidista”.

Por estos días, en medio del dolor por su partida, Colombia ha podido reconocer el profundo compromiso filantrópico del Maestro Fernando Botero, quien ha entregado gran parte de su obra y de su colección a nuestra nación y a nuestro pueblo. Su generosidad es proporcional a la trascendencia de su legado, que va mucho más allá de la inconmensurable tarea artística, será siempre un llamado a los colombianos que nos recordará la frase de Baruch Spinoza “... no son las armas las que vencen los ánimos, sino el amor y la generosidad”.

Publicado en El Tiempo el 25 de octubre de 2023

https://www.eltiempo.com/cultura/reflexiones-desde-el-museo-marmottan-monet-una-muestra-viva-de-filantropia-819366

Diego Junca