EL DIABLO DE LA BOTELLA SECUESTRA Y ENCARCELA A LOS OBSESOS DEL PODER
Si hay algún escritor británico que me haya echado el lazo desde niño es Robert Louis Stevenson. De difícil ubicación en los sinópticos literarios, suele clasificarse en el posromanticismo. Su obra fue extensa por contraste con su vida de apenas 44 años que le alcanzaron para cubrir los géneros de la novela, el cuento, el ensayo y las crónicas de viaje, como que desde joven renunció a la formación en ciencias otorgando privilegios en lo formal al derecho y en la práctica a la aventura y a la literatura. Por ello lo conocemos como el autor de historias fantásticas y de aventuras clásicas como La isla del tesoro, la novela Secuestrado, la novela histórica La flecha Negra, y la popular novela de horror El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde que ilustra con perfección el tema de la personalidad escindida. Viajero impenitente, su obra constituyó un aporte en la configuración moderna de la novela de peripecias, para lo cual resultaron definitivos los viajes que realizó durante once años, como paciente de una tisis incurable cuya sanación buscó en el Pacífico Sur para instalarse en Samoa, a medio camino entre Hawái y Nueva Zelanda.
El diablo de la botella es un breve relato moral, fantástico y trágico. Una muy curiosa mixtura que a la vez llama a la reflexión sobre el deseo, las aspiraciones y el sacrificio, mientras formula severas advertencias a los que colocan como objetivo el poder sin consideraciones éticas de sus decisiones.
Keawe, el personaje protagónico del relato es un trabajador hawaiano joven al que la fortuna no parecía sonreírle a menudo. Un día observó una preciosa casa en una colina de San Francisco. Desde dentro, un hombre en la ventana, le invitó a conocer el interior de la vivienda plena de detalles constructivos. Y recorriendo la joya arquitectónica le mostró una botella con poderes mágicos. Dentro de aquel envase esférico cargado de líquido bajo el largo cuello vertical, vivía según el relato con aire melancólico del dueño de casa, un diablillo de figura viscosa, densa y espesa, encargado de conceder cualquier deseo: riqueza, amores, salud y poder. La botella sin embargo poseía una condición fatal y compleja: el dueño de la botella puede enajenarla pero si le llega la muerte en posesión de la bombona, su alma quedará condenada eternamente; dificultad al límite, al venderla debe hacerlo a un precio menor de aquel que pagó cuando la compró.
Keawe no puede resistir la tentación y termina comprando por 50 dólares la botella que concede la plenitud de los deseos y por si acaso, es irrompible pues está fabricada con un cristal templado en las llamas del infierno. El diablo que la habita estará a su servicio. Todo lo que tiene que hacer es usar su poder con moderación, venderla después a alguna otra persona le explicó el oferente y terminar su vida cómodamente. Keawe adquiere la botella y su poder confiando librarse de ella más adelante. La lógica del precio descendente es una trampa moral y económica en la ruta hacia el poder. La secuencia la ha llevado a un precio irrisorio de apenas unos céntimos y venderla será casi imposible.
El dueño de la botella aplica sus poderes adquiriendo una preciosa casa mejor aún que la del comienzo de este resumen, aquella que le causara obnubilación. Se enamora de Kokua y viven como una pareja. Cuando ella descubre la condena que Keawe carga, decide por amor recomprar la botella asumiendo el riesgo infernal. El relato se transforma en una espiral de sacrificio mutuo, enfermedades como la lepra y padecimientos alternos. Cada uno está dispuesto a llegar al propio martirio infernal para salvar al otro.
Al final, la botella es vendida en un lugar donde la moneda local se ha devaluado brutalmente y se puede recibir un pago insignificante. El poder, la gloria circunstancial y la adicción a ese poder, no aseguran al entorno de Keawe y Kokua una victoria moral cierta.
Según se lee en la crítica literaria y filosófica la historia de Stevenson es una parábola sobre el deseo, el cálculo moral y el amor sacrificial. En esta Latinoamérica como en el lejano Pacífico Sur abundan los casos de líderes obsesionados por hacerse con el poder a cambio de su integridad moral aún sabiendo, nos lo enseña el pacto del Doctor Fausto, que la ganancia sin virtud implica contraer una deuda ética. Stevenson nos recuerda con un relato humano de luces y sombras que el amor verdadero contiene sacrificios y no se mide en posesión sino en entrega. Cuando el valor de los logros y de las cosas se reduce al precio, lo humano y el aire eterno que respiramos pueden desaparecer.
Cuando observamos la mercantilización de la política, la obsesión por los beneficios ilimitados al precio de maltratar la biosfera, las adicciones y el deseo sin medida, debemos reivindicar la consideración ética del acto económico y hacer valer los principios dentro del quehacer político.
En esta ceremonia de graduación, la más importante de este ejercicio de 2025, quiero estimularlos a luchar por sus aspiraciones, por sus necesidades afectivas, por sus logros espirituales y materiales. Pero también los exhorto a afianzar su retaguardia ética, a saber ejercer la renuncia ante la tentación que significan las frecuentes sugestiones en torno al enriquecimiento inmediato, el goce efímero y la trampa. Se acercan a mí jóvenes a pedirme consejo sobre invitaciones a pirámides de captación irregular y rendimientos desproporcionados. Otros llegan después de haber cedido al canto de sirenas. Ganan sumas jugosas tres o cuatro meses y cuando la masa de ahorro crece e involucra a familiares y amigos, los captadores furtivos desaparecen.
Les pido que como egresados sepan rechazar las carambolas de la maldad, no se incomoden interiormente por tomar distancia con las falsas oportunidades, sientan según lo enseñara Ignacio de Loyola “el orgullo del arrepentimiento” y nunca olviden al hermano que sufre discriminación o desarraigo. Se los pido en nombre de Uniempresarial , su amado claustro donde la libertad y la dignidad coexisten en armonía. Felicidades a las familias y honores a los graduandos en su día.